En ocasiones tendemos a sentir cierto rechazo con respecto a los álbumes repletos de influencias, tan evidentes que resulta muy complicado intentar ignorarlas. Hay dos claves que hacen que este rechazo no sea tal. La primera es el respeto hacia los aritstas en los que claramente se inspira. Ahí tenemos los contínuos plagios de los australianos Jet como muestra de lo que no se debe hacer. La segunda clave es la personalidad de la banda surgida a partir de estas influencias. Si no hay algo único en su música difícilmente optaremos por el sucedáneo. Afortunadamente Slave Ambient (Secretly Canadian, 2011) no se aprovecha de estas influencias para maltratarlas sino para hacer un cóctel de lo más sugerente.


Ya en su debut, Wagonwheel Blues (Secretly Canadian, 2008), la Americana estaba muy presente, y el pequeño toque de shoegaze daba un resultado muy interesante. Ahora con el segundo álbum seguimos viendo detalles de Bob Dylan, Tom Petty o Bruce Springsteen edulcoradas con elementos de My Bloody Valentine o Spiritualized. La diferencia que encontramos en el sonido se basa en términos de producción, pues ahora la banda eleva el muro de sonido, creando una propuesta más envolvente y recargada. La voz de Adam Granduciel aparece ahora con más ecos, algo que en “Baby Missiles” recuerda indefectiblemente a Win Butler, y es que la banda se apunta en esta ocasión al cada vez más numeroso grupo de artistas que recuerdan a Arcade Fire.


Inspiraciones aparte, The War On Drugs han expandido su sonido considerablemente, no solo en el sentido de sonar ahora con más fuerza, sino por la cantidad de matices que Granduciel imprime a su voz, que hace que lo encontremos por momentos grandilocuente y arrollador en “Your Love Is Calling My Name”, “Come To The City” o la ya citada “Baby Missiles”, en ocasiones conmovedor e intimista en la preciosa “I Was There”, por momentos disfrazado de Dylan o Tom Petty en la vertiente más psicodélica del disco en temas como “Brothers” o “It’s Your Destiny” o también recordando a la fantasía ensoñadora del Kaputt de Destroyer en los últimos compases de “The Animator”. Las letras sugieren imaginar ambientes vistos desde la lejanía, como objetivos a los que uno desea aproximarse pero que quedan como imposibles de alcanzar. Esclavos del ambiente,  como reza el título del álbum. Esclavos de  buscar contínuamente metas casi siempre inabarcables, aunque quizá no seamos conscientes de que es precisamente el camino y todas las expectativas creadas en torno a alcanzar su final lo verdaderamente inspirador y lo que nos motiva a seguir intentándolo.


The War On Drugs dan un toque de atención acerca de apreciar el viaje y no tanto el destino en un disco que supera a su predecesor, con una producción encomiable y una instrumentación en ocasiones espectacular. Si el futuro es prometedor el presente lo es aún más.


Raúl Pérez
The War On Drugs - I Was There by Dillman